domingo, 22 de enero de 2017

La la land: música, cine y pura emoción

Cartel de La la land
Ayer, por fin, fui a ver La ciudad de las estrellas. La la land. Digo por fin porque desde que me enteré de su existencia sentí gran curiosidad por descubrir qué tenía este musical que había cautivado a público y crítica (casi toda, opiniones hay para todos los gustos). Así que, dejando pasar el fin de semana del estreno por motivos varios, nos dispusimos a asistir al pase de las 22.00 en el cine Cervantes de Zaragoza. Y cuento a qué cine fui porque estando allí, sentadita en mi butaca, me acordé de que en esa misma sala fui a ver otro musical, Mamma mía.

Quiero aclarar que lo que aquí voy a contar es mi visión personal, que obviamente puede ser compartida o no. Para gustos, colores.
Lo primero, si no os gustan los musicales, esas películas en la que los actores se ponen a cantar y a bailar sin que venga a cuento, no vayáis a ver este filme. No os molestéis. La la land es un musical desde el minuto uno. De esos que consiguen que te abandones a su magia, de los que sales de la sala con ganas de marcarte un cante y un baile. Avisados quedáis, si no soportáis los musicales gastaos el dinero en otra cosa. O dadle una oportunidad, quizá os sorprenda. Quién sabe.
Dicho esto, destacaré, sin destripar la película, lo que más me ha gustado. Y lo que menos, si es que hay algo, porque tengo que confesar que a mí me ha conquistado. Me atrapó y no me dejó escapar. Sentí con los personajes, padecí con sus fracasos y vibré con sus éxitos.
La la land nos cuenta una historia de amor entre Mia y Sebastian (Emma Stone y Ryan Gosling), una trama sencilla. Chica conoce chico, se enamoran, son felices y… hasta aquí puedo leer.
Aunque precisamente esta parte es la menos llamativa de la cinta. La la land es algo más que una narración del romance entre dos personajes entrañables. Habla sobre todo de los sueños, y de qué pasa cuando estos tardan en cumplirse, o cuando no se cumplen. Del miedo al fracaso, de hasta dónde estamos dispuestos a arriesgar, ya que llega un momento en el que si sigues apostando a un mismo número y este nunca sale, se pierde demasiado. Se pierde la ilusión. Y eso duele mucho. Y me encanta que se muestre ese límite, ese momento en que la incertidumbre se apodera de uno mismo y nos rompemos. Porque dudar no es síntoma de debilidad, es síntoma de realidad. Y también me gustó ver cómo evolucionan los personajes, cómo bailan con sus ideales y cómo luchan contra sus propios monstruos.
Hay que detenerse en el uso de la luz y del color. Se crea un mundo onírico, la realidad deja de importar. El director parece hacerse esa pregunta que nos hacemos los creadores ‘¿y por qué no voy a hacer esto?’. Damien Chazelle decide que en el mundo de La la land todo es factible, es un musical, y si él quiere, los personajes pueden volar. Así se consiguen esos momentos irreales, incluso posmodernos, que me llegaron a evocar levemente a Moulin Rouge. Y sí, como todos los que hablan de la película, también es un gran homenaje a los musicales del pasado, aunque sinceramente no he visto muchos para poder opinar con fundamento.
Emma y Ryan están muy bien. Siempre en los musicales me gusta sorprenderme con cómo cantan y bailan intérpretes a los nunca antes había visto en esta tesitura, y ellos pasan el examen con nota. Y, además, él toca el piano.
Y por último, precisamente por ser lo más importante (para desafiar las leyes del periodismo y su pirámide invertida), hablaré de la música. Podría resumirla en la palabra ‘maravillosa’. Soy incapaz de ser objetiva, porque a mí me ponen un piano y ya me han ganado. Me encanta su sonido, sólo ese instrumento puede emocionarme. La banda sonora, obra de Justin Hurwitz, es preciosa, emotiva, dulce. Acompaña a los personajes, los une y los distancia, ríe con ellos, llora con ellos. Hace sentir, como dice Sebastian es 'pura emoción'. Mia and Sebastian's Theme es precioso. Tanto que, después de mantener meses mi piano en silencio, he decidido ponerme frente a él para arrancarle esas notas. Ojalá algún día la aprenda entera.
Sebastian, Ryan Gosling, al piano


En resumen, si os gustan este tipo de películas, no os decepcionará, al revés, la disfrutaréis. Es un filme de soñadores para soñadores, con la dosis de realidad justa, suficiente, para que no defraude a los más sensatos.

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